Las obras teatrales de Mimí Lazo, Daniel Sarcos y Luis Chataing sobre sus experiencias mágico-vivenciales no resultan para nada comparables con la vida sensacional que me ha tocado. El Aplauso va por dentro refleja una visión interesante y analítica acerca de la experiencia femenina-cuarentona. Mi vida no es tan sensacional contrae a la realidad lo que para muchos representó un mito, y finalmente, ahora me toca a mí explicar las andanzas y turbulencias de un notable comunicador político-social. Eso no es nada con lo que les narraré de inmediato. Mi vida es sensacional, y "recontravalga" la redundancia, por las sensaciones que he sentido. Cuando leo en las páginas rojas la matanchina que hay en Venezuela; asesinatos por doquier, secuestros a montón, personas colgadas, choferes y pasajeros saqueados, ajusticiamientos populares, víctimas quemadas, carros robados, centenares de presos muertos en balaceras internas, reflexiono profundamente y oigo en mi corazón las palabras de la Defensora del Pueblo. No es que la cosa está arrecha sino que hay una sensación de inseguridad. Que sensación tan sensacional.
Cuando observo a mi alrededor fortunas que nacen de la noche a la mañana, gigantescas mansiones, de la llamada Burguesía del Siglo XXI, bancos y banqueros asociados al Gobierno que peculan y repeculan, muchos de ellos escapados precisamente a Miami, España o Costa Rica, mientras que a otros como el Banco Federal o Banesco se les fabrican acusaciones descaradas, ilegales, campañas miserables de rumores, manipulaciones y emboscadas de retiros tratando de provocar pánico y corridas sin que éstos últimos sucumban ante tanta miseria, tengo la sensación de que tanto el Banco Central como la Superintendencia de Bancos o están comprometidos en el asunto o se hacen de la vista gorda.
Cuando veo que las inhabilitaciones son casi todas contra dirigentes de la oposición o contra gobernadores críticos: Bolívar, Manuitt, Martínez, Rosales, mientras que a ninguno de los altos funcionarios reconocidos a leguas por su rapacidad, su desprecio a la moral y a las leyes, su insaciable apetito por los dineros públicos, su exhibicionismo chocante de riquezas se les toque ni con el pétalo de un artículo del Código Penal o aparezcan siquiera mencionados en esos listados que cada cierto tiempo el contralor Russián enseña como prueba de su lealtad y adulación al mandamás, tengo la sensación que hay desigualdad jurídica y exclusión.
Cuando veo que la Asamblea Nacional aprueba perrunamente todos los caprichos del Poder Ejecutivo que le fueran negados anteriormente en el referéndum constitucional y que so pretexto de ser mayoría esputan sobre la carta magna y las leyes como si se tratara de la letrina más asquerosa, tengo la sensación que vivimos bajo un régimen inconstitucional y autoritario.
Cuando veo que los dineros del petróleo se malbaratan en campañas costosísimas de movilización roja rojita, en regalos vergonzosos a nuestros chulos particulares, en compras dispendiosas y escandalosas de armamentos, tengo la sensación de que la corrupción traspasa nuestras fronteras. Cuando fracasa estrepitosamente la política de vivienda, cuando no se puede exhibir ni una sola autopista moderna, los hospitales principales permanecen desasistidos, la inflación galopa libremente y nos coloca en el tercer lugar mundial del desastre de los precios, cuando veo la economía decrecer y oigo a los gerentes de la estadística decir que aumentó el empleo, la producción, la distribución, el consumo y los índices de riqueza, tengo la sensación que estos gobernantes piensan que somos un bojote de pendejos.
Cuando veo que las encuestas nacionales, que todas las empresas del ramo, incluyendo las dos del Gobierno, vaticinan la derrota aplastante de este grupo de malvados, tengo la sensación que Venezuela tiene futuro.
Así que Mimí, Daniel y Luis, los reto a comparar nuestras sensaciones.
