14.10.11

Incinerar a los muertos

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Días después del fallecimiento de la premio Nobel de la paz Wangari Maathai, su familia ha comunicado públicamente algunos detalles de sus últimos deseos y disposiciones. Al oíralgunos detalles de su testamento, puedo imaginarme perfectamente a más de uno de sus paisanos con las manos en la cabeza. El detonante de tal reacción no es otro que el deseo de ser incinerada y posteriormente enterrada en los confines del departamento de la Universidad de Nairobi que lleva su nombre.


La razón de tal alboroto es que, para la mayoría de las culturas subsaharianas, la incineración no es en absoluto una manera aceptable de honrar a los muertos. En muchas culturas, se entierra al difunto no en un cementerio sino en el recinto familiar, a pocos metros de las chozas o casas donde siguen viviendo el resto de la familia. La presencia cercana de las tumbas de los difuntos no es un factor que cause miedo, sino confianza y respeto entre los que quedan en este valle de lágrimas.

El caso es que en esta región se conoce muy bien la cremación, porque siempre ha sido una práctica común entre la importante comunidad india que ha vivido en África Oriental durante el último siglo. Al ser casi todos sus “usuarios” de religión hindú, nadie se extraña de que tengan tan “bárbaras” costumbres ya totalmente normales y aceptables para este grupo, pero el resto de la población las considera abominables, ya que la misma idea de quemar los restos mortales de un ser querido es de hecho un tabú repugnante.

En el caso de Wangari Maathai, parece ser que, a pesar de la oposición general que suscita la inusitada pretensión, se respetarán los últimos deseos de la finada y sus cenizas terminarán esparcidas en el lugar de su elección. Este gesto es simplemente una muestra de que aunque este mundo se globalice cada vez más, todavía hay claras resistencias cuando hábitos foráneos se encuentran (o se desencuentran) con elementos culturales.

Incluso a la hora de morirse, Wangari ha roto esquemas establecidos y teóricamente inamovibles. Se dicen que con los antepasados y sus tradiciones no se juega, pero aparentemente ahora tendrán que vérsela con un elemento de cuidado que se ha puesto sus más sagradas usanzas por montera.

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